Con el pasar de los años es frecuente que los humanos vayamos perdiendo habilidades y capacidades de nuestras funciones básicas. Este fenómeno en ocasiones se produce y hasta se adelanta por enfermedades, en especial aquellas llamadas crónicas o de largo tiempo.
Frente a estos déficits aparecen los medicamentos, las terapias, las recomendaciones de los profesionales y la disciplina del paciente para lograr una mejoría. Los resultados y efectos son variables como sucede casi siempre en las personas; todo explicado por la individualidad propia de cada ser y por las múltiples causas aquí presentes, las mismas que en asuntos de salud no permiten estandarizar ni crear teoremas absolutos, como si lo hacen las ciencias exactas.
El concepto de salud
Asumir la salud o la enfermedad a partir de la definición emitida desde 1948, por la Organización Mundial de la Salud – OMS -, donde: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad”, es tarea que no resulta sencilla. Encontrar un “completo estado de bienestar” supone una totalidad y ante algún faltante, ésta sería incompleta y por lo tanto estaríamos en presencia de la enfermedad. Por el otro lado, el bienestar completo de la definición, debe comprender tanto lo físico, como lo psicológico y lo social. Tres diferentes esferas del ser humano, influidas por infinidad de elementos, que les otorgan diferentes formas y una difícil delimitación. Esto nos lleva a asumir que el límite entre salud y enfermedad resulta muy poco específico, por lo que debemos concluir y aceptar, que la enfermedad termina siendo más un sentir que una realidad objetiva, medible y tangible.
Así las cosas, se evidencia que el concepto de salud es impreciso y sumamente dinámico, con márgenes cambiantes, que oscilan individualmente y de una persona a otra. Sucede, entonces, que cuando una de las esferas (física, psicológica o social) se desequilibra, las otras compensan para recuperar la armonía y el equilibrio que nos brinda un estado suficiente de bienestar. Esto lo hace el cuerpo multitud de veces en el día, en la semana, en el año y en la vida. La salud bajo esta definición se equilibra y se desequilibra de manera constante en lo físico, en lo psicológico y en lo social, pero la persona de manera natural, espontánea e inconsciente, recupera el equilibrio prácticamente todas las veces para mantenerse bien. Sin embargo, si llega un desequilibrio que supere al control espontáneo, entonces se produce lo que nombramos como enfermedad; llámese diabetes, hipertensión, artritis, cáncer, psicosis, depresión, inflamación, por nombrar solo algunas.
La disfunción sexual
Para la diabetes existen medicamentos; el infarto se atiende en la unidad de cuidado intensivo; la inflamación mejora con fisioterapias; para el asma existen los broncodilatadores; sin embargo las disfunciones sexuales, que también encajan como alteraciones de la salud, no gozan ni de la misma atención ni de amplias alterativas. En promedio, cerca del 40 % de la población, podría presentar disfunción sexual, tanto hombres como mujeres, según datos de publicaciones científicas. Esta disfunción que puede tener origen en cualquiera de las tres esferas, tiene la capacidad de afectar directa o indirectamente las otras dos y generar afectaciones en ellas.
Un asunto íntimo
La función de caminar afectada se ayuda con bastón, muletas y otros implementos. Si fallan los pulmones, el apoyo es con oxígeno y tal vez inhaladores, para la hipertensión, muchos son los productos que ayudan. Las articulaciones inflamadas mejoran con fisioterapia, hielo y algunos medicamentos. Los huesos rotos con yeso para inmovilizarlos, las obstrucciones de vesícula son objeto de cirugías; sin embargo cuando la falla es en la sexualidad, el fenómeno no siempre se puede comentar ni consultar, se trata de un asunto “íntimo”. Muchas veces estos inconvenientes pueden ser mal interpretados con señalamientos de infidelidad, falta de amor o similares. Es el resultado del cansancio, la rutina, el estrés, el trabajo, los niños, son expresiones frecuentes.
Y si para rematar, el problema se refiere a personas mayores, donde por la edad la disfunción es más frecuente e intensa, el asunto pasa a ser relegado, porque simplemente en el imaginario social, los adultos mayores no tienen por qué tener sexo; “este asunto concierne solo a los jóvenes”. La realidad es que la función sexual es una más de las funciones humanas y así como el adulto mayor debe oír, comer, ver, hablar, caminar etc., también puede y debe mantener su sexualidad. Si caminar, agacharse, comer, ver, oír es difícil para la persona mayor, la sexualidad también le debe resultar difícil, pero no por ello deja de ser importante y necesaria, como las demás funciones del ser humano.
Nos urge entonces, apoyar y entender a nuestros mayores en su sexualidad, que, no obstante carecer de fines reproductivos en la mayoría de los casos; fortalece, enaltece y conforta su espíritu y les proporciona bienestar. Se promueve el equilibrio de las esferas, con lo que mejoran los demás achaques que la edad va aportando. Vale decir aquí, que el cuidado de nuestra salud en la edad joven y adulta permitirá mejores arterias, venas, articulaciones, músculos, ligamentos y órganos en general, que nos mantendrán en equilibrio para un mejor ocaso, con todo y nuestra sexualidad activa y vigente.