Hoy, como cada 21 de septiembre, es el Día Mundial del Alzheimer. El objetivo principal es que organizaciones de todo el planeta concentren sus esfuerzos en la sensibilización social sobre la gravedad de la problemática de la enfermedad de Alzheimer y la demencia.
“Demencia” es el término que describe un trastorno cerebral progresivo y crónico que impacta en la esfera cognitiva y conductual de la persona y que interfiere en las actividades de la vida diaria. La enfermedad de Alzheimer es la causa más común de demencia. El principal factor de riesgo para esta enfermedad es la edad. Como consecuencia del avance de las tecnologías, la ciencia, la medicina y ciertas conductas sociales preventivas, la expectativa de vida se alarga y el mundo envejece. Nuestro país es uno de los países que está envejeciendo más rápidamente en la región y se calcula que alrededor de 500.000 personas padecen Alzheimer o enfermedades relacionadas. Esta condición afecta también al entorno familiar (los profesionales de la salud los llamamos “los otros enfermos”) ya que produce en muchos casos el “estrés del cuidador”. Existe consenso científico de que los cambios en el cerebro que ocurren en el Alzheimer se producen décadas antes de que la enfermedad se haga evidente clínicamente, es por eso que resulta tan complejo atacarla: cuando aparecen los síntomas es tarde.
El Informe Mundial sobre el Alzheimer 2015 titulado “El impacto global de la demencia: Un análisis de la prevalencia, incidencia, costos y tendencias” publicado recientemente por Alzheimer’s Disease International (ADI) sostiene que existen alrededor de 46,8 millones de personas que viven con demencia en todo el mundo. Estas cifras resultan impactantes, pero más aún las proyecciones que indican que este número se duplicará cada 20 años (se calcula que habrá 75 millones en 2030 y 131, 5 millones en 2050). Existen más de 9,9 millones de nuevos casos de demencia cada año en todo el mundo, lo que implica un caso nuevo cada 3,2 segundos. El informe muestra también que el costo social y económico anual de la demencia (en cifras actuales) es de 818 billones de dólares, y se espera un costo de un trillón de dólares en solo tres años (el costo se ha incrementado un 35% desde 2010).
El informe destaca el aumento del impacto mayor de la demencia en los países de bajos y medianos ingresos. Se estima que el 58% de todas las personas que viven con demencia hoy residen en estos países y se prevé que aumente a 68% en 2050, impulsado principalmente por el crecimiento demográfico y el envejecimiento de su población.
El incremento del costo global de la demencia plantea serios desafíos a la salud y a los sistemas de atención de todas partes del mundo (los gobiernos del G8 ya decidieron diseñar y poner en práctica una estrategia conjunta para afrontarla). Esta enfermedad golpea a las economías y políticas globales, lo que lleva irremediablemente a un impacto humanitario de gran escala. Estos resultados demuestran la urgente necesidad de que los Estados de países de medianos y bajos ingresos también implementen políticas activas y sancionen leyes (en la Argentina hay en tratamiento un proyecto de Ley de Alzheimer) para mejorar el bienestar de sus ciudadanos, tanto ahora como en el futuro. Debemos alentar a estos gobiernos a tomar medidas para prevenir la demencia y optimizar los servicios de atención basado en los conocimientos científicos actuales, la evidencia disponible y la experiencia global.
Estas acciones deben tener como objetivos fundamentales: la mejora de la calidad de vida de las personas enfermas y de sus familias y de sus cuidadores a través de prestaciones coordinadas de asistencia sanitaria y social; la reducción del estigma y la discriminación de los enfermos y el fomento de una mayor participación, inclusión social e integración de las personas que viven con demencia; la promoción de avances en la prevención, la reducción de riesgos, el diagnóstico y el tratamiento, de acuerdo con las evidencias cientificas actuales y emergentes; el apoyo para la investigación (especialmente en detectar la enfermedad cuanto antes y en desarrollar drogas efectivas que modifiquen la biología de la enfermedad); la concientización de cada persona para consigo mismo y para los demás sobre la conveniencia de llevar un estilo de vida saludable para así reducir el riesgo de deterioro cognitive, y – como es desde hace décadas en contra del SIDA- la movilización de toda la sociedad y la lucha a través de todos los frentes posibles contra esta epidemia del siglo XXI: la enfermedad de Alzheimer.
Fuente: La Nación
Fuente: La Nación
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