La depresión es un trastorno de primer orden en cuanto a frecuencia y trascendencia dentro de las enfermedades que afectan a los adultos mayores. La existencia de tratamientos eficaces que pueden mejorar la calidad de vida de quienes padecen este trastorno obliga a prestar especial atención a este problema. Se debe mantener un permanente estado de alarma que permita su detección, para posteriormente abordarla con los tratamientos de los que se disponen.
No es infrecuente que la depresión aparezca por primera vez después de los 60 años, aunque la mayoría de las depresiones graves tras cumplir dicha edad suelen ser recaídas. En la población anciana, la depresión con frecuencia se diagnostica mal, no se reconoce o queda enmascarada por síntomas somáticos o por deterioro cognitivo. La depresión no tratada puede tener consecuencias dramáticas, como la institucionalización, enfermedades físicas, deterioro psicosocial o incluso el suicidio.
Es erróneo creer que es normal que los adultos mayores se depriman; al contrario, la mayoría de las personas de edad avanzada se sienten satisfechas con sus vidas. Cuando un adulto mayor se deprime a veces su depresión se considera erróneamente un aspecto normal de la vejez. La depresión en los adultos mayores, si no se diagnostica ni se trata, causa un sufrimiento innecesario para el adulto mayor y para su familia. Con un tratamiento adecuado, el adulto mayor tendría una vida placentera.
La depresión es la enfermedad psiquiátrica más frecuente en la población anciana. Tiene una prevalencia del 1-4% en personas de edad superior a 65 años y origina el 60% de los ingresos psiquiátricos en sujetos adultos mayores. Por otra parte, también está presente en el 30% de los pacientes adultos mayores afectados de enfermedades médicas, agudas o crónicas. Dada su relevancia social y la afectación tan importante de la calidad de vida de los que la sufren, debería existir una sensibilidad hacia el problema en todos los niveles asistenciales, y especialmente en atención primaria, donde se produce con más frecuencia la solicitud de ayuda médica por parte de los adultos mayores con depresión.
Existen evidencias de que la prevalencia de depresión es mucho mayor entre los adultos mayores institucionalizados. Aproximadamente entre el 10% y el 20% de los individuos de edad igual o superior a 60 años ingresados en camas hospitalarias sin deterioro cognitivo tienen una depresión mayor. La depresión se asocia con frecuencia a las enfermedades médicas en los adultos mayores. Los síntomas de la depresión en los adultos mayores pueden ser diferentes de los que aparecen en adultos más jóvenes, lo que acarrea dificultades para el diagnóstico y conduce a que un elevado porcentaje de depresiones en el adulto mayor carezca del tratamiento apropiado. Otro problema que aparece con frecuencia es que la depresión en el adulto mayor se considera una consecuencia natural del proceso de envejecimiento o de otras enfermedades concomitantes. Esta falsa convicción conduce a no emplear los tratamientos antidepresivos, que alcanzan actualmente un alto grado de eficacia y seguridad.
Existen distintos factores que pueden ayudar a desencadenar un síndrome depresivo en este periodo de la vida: factores endógenos (producidos por los cambios bioquímicos del proceso de envejecimiento) y factores exógenos (producidos por la interacción con el entorno). Estos son:
- Factores endógenos
- Dolor crónico
- Dificultad en la movilización
- Cambios en la bioquímica cerebral
- Factores exógenos
- Esfera afectiva
- Cambios en el rol familiar
- Muerte de seres queridos y cercanos
- Esfera social
- Jubilación
- Aislamiento social
- Pérdida del rol social
Tratamiento
Los objetivos del tratamiento consisten en la reducción de los síntomas depresivos, evitar la ideación suicida, las recaídas o de las recurrencias, mejorar el estado cognitivo y funcional y ayudar a los pacientes a que desarrollen las habilidades necesarias para lidiar con su incapacidad o adversidad psicosocial, si fuera necesario.
La planificación del tratamiento debería comenzar con una evaluación que se centralice en la identificación de la ingesta de cualquier droga que predisponga a la aparición de depresión. El tratamiento de la causa de base o la suspensión del fármaco causante es necesario, pero por lo general no es suficiente para lograr la remisión de la depresión. Los antidepresivos, la psicoterapia o ambos son necesarios y su combinación es la opción terapéutica preferida para la depresión en el adulto mayor; sin embargo, la farmacoterapia o la psicoterapia como únicas medidas son alternativas aceptables si la depresión es leve.
La psicoterapia, en muy diversas formas (terapias cognitivas, interpersonales, psicodinámicas, etc.), tiene un papel importante en tratamiento de la depresión en el adulto mayor en casos de intensidad leve o moderada dentro de un abordaje integral del problema.
Los fármacos antidepresivos, con un importante desarrollo en los últimos años, son conocidos desde hace décadas por su alta eficacia en el tratamiento de la depresión. El adulto mayor presenta algunas peculiaridades cuando se usan estos fármacos.
Por una parte son extremadamente sensibles a algunos efectos secundarios presentes en varios de estos fármacos: empeoramiento cognitivo, efectos cardiovasculares, urinarios, sedación,... Por otra parte pueden presentar varias enfermedades acompañando a la depresión, que sean sensibles a estos efectos adversos: cardiopatía, demencia, hipertrofia de próstata,… Además, pueden estar tomando otros fármacos que interaccionen de forma adversa con el antidepresivo, disminuyendo su efecto o potenciando los efectos secundarios.
Por todas estas razones la elección del antidepresivo debe ser ajustada a las características del paciente por parte del médico de atención primaria, psiquiatra o geriatra, que son los profesionales más frecuentemente implicados en estas situaciones.
Para manejar mejor la depresión en el hogar, los adultos mayores deben seguir una serie de recomendaciones:
- Hacer ejercicio regularmente, buscar actividades agradables y mantener buenos hábitos de sueño.
- Aprender a vigilar los signos tempranos de depresión y saber cómo reaccionar si empeoran.
- Minimizar el consumo de alcohol y evitar las drogas psicoactivas. Estas sustancias pueden hacer que la depresión empeore con el tiempo y también pueden alterar el juicio respecto al suicidio.
- Rodearse de personas que sean cariñosas y positivas.
- Hablar de sus sentimientos con alguien en quien se confíe.
- Tomar los medicamentos correctamente y aprender la forma de manejar los efectos secundarios.
Complicaciones
La complicación más preocupante de la depresión es el suicidio. Otras complicaciones abarcan la disminución del desempeño del trabajo y el deterioro de las relaciones sociales.
Además, se sabe que la depresión complica la evolución de las enfermedades médicas del anciano; interfiere en la rehabilitación de enfermedades incapacitantes como el ictus y se traduce en una mayor mortalidad por cualquier causa en quien lo padece.
Esta mayor mortalidad se ha atribuido a varios factores:
- Menor soporte social del adulto mayor deprimido.
- Peor estado nutricional por pérdida del apetito.
- Posibles efectos de la depresión sobre el sistema inmunitario.
- Pérdida de motivación para el cuidado personal.
El suicidio ocurre con el doble de frecuencia en los adultos mayores que en la población general y el 80% de los adultos mayores mayores de 74 años que se suicidan sufren de un síndrome depresivo. La depresión mayor y el abuso de sustancias ocupan los primeros lugares de causas de suicidio en esta franja etaria. Aunque la ideación suicida disminuye con la edad, cuando está presente es un factor de riesgo.
La epidemiología de la conducta suicida en los adultos mayores puede describirse bajo los términos de idea suicida, intento de suicidio y suicidio. La prevalencia de desesperanza o de pensamiento suicida en los adultos mayores varía desde el 0,7% hasta el 17%. Existe una estrecha asociación entre el suicidio y la patología psiquiátrica, particularmente la depresión. La prevalencia de pensamientos suicidas en los adultos mayores con enfermedades mentales asciende al 4%.
Las tasas de suicidio en los adultos mayores varían entre las culturas, aunque información de la Organización Mundial de la Salud revela el aumento de la prevalencia con la edad. En el caso de los hombres, la tasa asciende del 19,2 por cada 100.000 habitantes entre los 15 y 24 años al 55,7 por cada 100.000 habitantes entre los mayores de 75 años. En las mujeres, los valores correspondientes ascienden a 5,6 por cada 100.000 y a 18,9 por cada 100.000, respectivamente.
Los factores de riesgo para el suicidio en los adultos mayores son:
- abuso de alcohol y otras substancias.
- síntomas psicóticos.
- ansiedad importante.
- historia familiar o personal de intentos de suicidio.
- exposición a acontecimientos estresantes en las semanas previas al suceso.
- falta de apoyo y aislamiento social; en especial individuos que viven solos (solteros, viudos o divorciados).
- ciertos trastornos físicos, en especial deterioro visual, enfermedades malignas y neurológicas.
La detección del pensamiento suicida es oportuna en personas con patologías depresivas, intentos suicidas previos, enfermedades físicas o aisladas socialmente. Los mayores no suelen referir sus pensamientos suicidas, e incluso pueden estar presentes en individuos con escasos síntomas depresivos. Por lo tanto, los profesionales de la salud deben estar entrenados para detectarlos.
El suicidio en el adulto mayor es un fenómeno complejo y multifactorial. Los programas de búsqueda activa, prevención y tratamiento deben centrarse en esta población debido al mayor riesgo de suicidio, sobre todo en aquellos que presenten factores de riesgo adicionales.