La expectativa de vida ha ido aumentando de forma impactante desde 1950. En el último siglo, creció más que en dos milenios. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que en la actualidad hay aproximadamente 600 millones de personas que superan los 60 años. Dicho número se duplicará para 2025 y triplicará para 2050. Este cambio en la expectativa de vida se debe a diferentes razones, entre las que se incluyen el envejecimiento de poblaciones de grandes nacimientos y la mayor supervivencia de los ancianos por mejoras tecnológicas, científicas y en las condiciones de salud. Así, emergen con contundencia las enfermedades degenerativas y el consiguiente miedo a padecerlas. Estos cambios traen consigo una creciente preocupación por lograr un funcionamiento óptimo –físico y mental– en las etapas más avanzadas de la vida y por determinar cuáles son los factores que nos protegen frente a dichas enfermedades degenerativas.
La enfermedad de Alzheimer es un trastorno degenerativo cerebral crónico que impacta en la vida diaria de los pacientes y sus familias. El principal factor de riesgo para esta enfermedad es, como sabemos, la edad, y el mundo está envejeciendo. Debido a este motivo, la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer está creciendo a un ritmo alarmante en todo el mundo. Esta situación crea un enorme problema fundamentalmente para los pacientes y familiares pero también para la salud pública y la economía de las naciones. El enorme costo del cuidado de estos pacientes y el efecto en sus familiares (depresión, estrés, ausencia laboral) sin dudas precipitarán una crisis de salud pública de proporciones sin precedentes. Se estima que actualmente existen 33,9 millones de personas con Alzheimer en el mundo, y este número se triplicará en cuarenta años. En el año 2050 más del 75% de estos pacientes estarán en países en vías de desarrollo. El número de personas de edad avanzada en el mundo en desarrollo está creciendo a un ritmo más rápido que otras regiones del mundo. El mayor aumento se va a producir en India, China y América latina. Se ha calculado que las intervenciones capaces de producir un retraso modesto en la presentación de la enfermedad, por ejemplo un año, reduciría la prevalencia de la demencia en un 7% en diez años y un 9% en treinta años. Retrasar cinco años la aparición de los síntomas podría reducir la prevalencia en un 40% en diez años y un 50% en treinta años. Existe consenso respecto de que la enfermedad se debe detener en sus etapas iniciales, mucho antes de que aparezcan los síntomas. Los cambios en el cerebro se producen décadas antes de que se haga evidente la enfermedad. Por lo tanto, cuanto antes se detecte, mejor será el pronóstico.
Una mayor comprensión del envejecimiento normal del cerebro es necesario antes de que podamos comprender plenamente las causas del envejecimiento patológico y el deterioro cognitivo. Proteger las neuronas intactas es un objetivo más importante que reparar las neuronas ya dañadas. Nuestras capacidades como sociedad deben estar dispuestas en atemperar las secuelas de la enfermedad en aquellas personas que ya la sufren y mitigar el crecimiento exponencial de la epidemia. Ese futuro depende de la inteligencia y la voluntad de este presente.
Fuente: La Voz
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